ÁGAPE INSÍPIDO: UNA PERFORMANCE DE ESTÉTICA GUSTATORIA COMO HERRAMIENTA CONVIVENCIAL
Vera Livia García / Tània Costa
Convivencialidad, Estética gustatoria, Investigación artística, Performance, Decrecimiento, Estética ecológica
Abstract
A través del análisis de la performance Ágape insípido se plantean cuestiones relevantes del pensamiento contemporáneo que tienen que ver con la estética ecológica, los valores del decrecimiento y la construcción de comunidad.
El desarrollo de la argumentación pone en relación ámbitos de la estética con intereses de sostenibilidad social y ambiental, a través de la investigación artística realizada en un formato de performance participativa. Asimismo, se propone una actualización del concepto de convivencialidad de Illich, a partir del ritual de la reunión y de la degustación, abordados desde la experiencia sensorial a la vez que reflexiva.
Una performance participativa sobre lo insípido
El 11 de junio del 2021, en el centro de creación Casa Aymat de Sant Cugat del Vallès, se realizó la perfomance Ágape Insípido de Vera Livia García. Los participantes, que se transformaron en comensales del banquete, fueron estudiantes del Grado, Máster Universitario (MURAD) y Doctorado de EINA, y la profesora Tània Costa. Al finalizar, se abrió un debate distendido a modo de sobremesa para compartir aportaciones relevantes surgidas de la experiencia, que pudieran abrir vías de investigación entre los tres estadios de aprendizaje en arte y diseño presentes en la actividad. La performance Ágape Insípido generó un encuentro entorno a la mesa, involucrando a los participantes en una acción conjunta a través del ritual compartido de la comida, abriendo la posibilidad de la conversación sobre lo que importa y tiene sentido compartir para esa recién estrenada comunidad gustativa.
Ágape Insípido es un proyecto de investigación artística multidisciplinar desarrollado el año 2014 en marco del Máster Universitario de investigación en arte y diseño (MURAD) de EINA y UAB, que se originó a partir de la noción de lo insípido interpretada por el sinólogo y filósofo francés François Jullien (1998). Desde Occidente, lo insípido ha sido vinculado al ámbito de los sentidos, particularmente al del gusto, adquiriendo una connotación negativa. Procede del latín insipidus, cuyo prefijo in expresa el valor contrario a la palabra, y la raíz sapo-oris: sabor. También aportan a la cuestión, los vocablos sapiente: sabio y sápido: gustoso. Ambos provenientes del verbo latino sapere que significa tener conocimiento, saber, o inteligencia; tanto como sabor o gusto. Es decir, en su origen la palabra insípido comprendía dos ámbitos a la vez: el sensitivo y el intelectual.
En la práctica culinaria los sabores insípidos son reconocidos como aquellos difusos, evanescentes y sosos. La cocina china les concede un gran valor debido a su singular condición de indeterminabilidad. Al no pronunciar, distinguir o afirmar ningún sabor en detrimento de otro, contienen siempre algo a desarrollar dentro de los mismos, en forma de reserva, permaneciendo de este modo implícitamente fértiles. Lo insípido en la cultura y el pensamiento chino trasciende el ámbito del gusto y se expande hacia la esfera artística, convirtiéndose en experiencia estética a través de las diversas artes como puedan ser la pintura, la música y la poesía. Detenta un carácter nómada e indefinible. Se opone a la particularidad determinada de cualquier forma, trazo, movimiento, sonido, sabor, gesto; entendiendo que al privilegiar la atención e insistir en un sentido único, se produce una cancelación completa del mismo, excluyendo la posibilidad de cualquier otro devenir.
El ritual: Degustación, Cuerpo y Convivialidad
La performance Ágape Insípido recrea la ceremonia tradicional del banquete clásico para transformarla en un nuevo “banquete”, performático experimental que se articula en tres partes: Entrada -degustación-, Plato Principal -el cuerpo- y Sobremesa -convivialidad-.
La Entrada consiste en una invitación a los comensales a sentarse alrededor de la mesa para realizar, de manera lúdica, un viaje de lo insípido a lo sápido a través de los sentidos. Durante el recorrido van probando diferentes aperitivos con los ojos cerrados (sin saber en qué consiste la cata), acompañados de paisajes sonoros.
La mesa compartida inaugura un espacio-tiempo diferente al cotidiano y sugiere un detenerse en los sabores, texturas, olores, sonidos, memorias, recuerdos, sensaciones… permitiendo que éstos resuenen en el cuerpo y se alejen de la tendencia a lo fugaz (comer por comer), que impide la demora con la finalidad de aumentar el consumo. La desjeraquización del sentido de la vista conduce a una diseminación de los lugares del hacer y el sentir, disolviendo gestos y movimientos significantes del cuerpo (Bardet, 2012). De esta manera la atención se reparte entre el resto de los sentidos -gustativo, olfativo, táctil y auditivo- invitando a que cobren presencia otros lugares del cuerpo como la lengua, las papilas gustativas, la boca, los labios, la musculatura de la cara, la nariz, la piel, la espalda, los pies, etc.
La repetición del ritmo común de la acción, conducida por los crótalos tibetanos, imprime a la degustación un carácter ritual, facilitando que la atención se estabilice y se vuelva más profunda. Como señala el filósofo Byung-Chul Han: “El rasgo esencial de los rituales es la repetición, la cual descubre una intensidad en lo no excitante, en lo discreto, en lo insípido”. En este sentido, podríamos decir que la degustación activa un tipo de percepción simbólica que percibe lo duradero, posibilitando la experiencia de una comunidad resonante.
Durante el Plato Principal se propone explorar lo insípido a partir de un nuevo estado de disponibilidad corporal. Los comensales son invitados a transitar por el espacio, a través del movimiento espontáneo, creando conjuntamente un paisaje escénico de la insipidez. Un sentir/pensar con los pies (Perullo, 2020), una escucha activa que se renueva en contacto con la tierra, con el espacio, con las personas que están alrededor, con la respiración, una oscilación entre el interior y el exterior, una forma de recuperar la dimensión móvil del pensar.
La Sobremesa, finalmente, propone un diálogo en construcción con los participantes a partir de la experiencia vivida. En esta fase de la performance se pretende ir más allá del relato sobre lo sucedido, para construir, a través de la palabra compartida, un estadio de convivialidad y reflexionar sobre las posibilidades del mismo. Si bien es cierto que la performance de Vera Livia García acoge el sentido relacional y experiencial de la idea de convivialité de Nicolas Borriaud (1998), cabe señalar que se identifica con más fuerza con la interpretación de Ivan Illich (1973). Y no sólo porque Illich rescatara el término del texto fundacional de la Estética gustatoria, que resuena como antecedente del Àgape Insípido: Physiologie du goût ou méditations de gastronomie transcendante, de Brillat-Savarin (1825). En palabras de Marco Deriu (2015): “Para Illich, la palabra «convivencialidad» no significa placer o desenfado; se refiere a una sociedad en la que las modernas herramientas son utilizadas por todos de una manera integrada y compartida, sin depender de un cuerpo de especialistas que controlan dichos instrumentos”.
Convivencialidad, Decrecimiento y Estética ecológica
En efecto, centrar una performance en los gustos/sabores básicos, retirando cualquier otro aliciente gustativo añadido, eliminando los estímulos del olor y del color hasta lo sutil, sin referentes formales del objeto degustado, reduciendo las texturas a la gelatina, el grano o lo líquido, es un ejercicio de desaceleración gustativa para el comensal. Esta minimización de los estímulos gustativos, junto a la disminución del sentido de la vista, el ritmo común de la acción y la percepción visual de los elementos que conforman la mesa, conducen la experiencia a una percepción intensa y nítida de lo esencial y a una distinción vívida de lo accesorio y tangencial.
Ante la sobriedad y frugalidad de los alimentos, surge inevitablemente la reflexión sobre los excesos de la sociedad capitalista y, lo que es peor, de la proliferación sin límite de sus deshechos, sean o no del ámbito alimenticio. Desde la perspectiva de las teorías del decrecimiento, la mesura y la austeridad en los procesos de producción actuales debería ir acompañada de una democratización del uso de las herramientas tecnológicas que repercuta en la autonomía y emancipación ciudadana. En el ámbito que nos ocupa, uno de los recorridos de esta idea se materializaría por supuesto en un estado de soberanía alimentaria. Y ese camino no desprecia los procesos creativos, tal como muestra la crítica al despilfarro alimenticio filmada por Agnes Vardà en la película documental Les glaneurs et la glaneuse (2000).
Esta interpretación de la convivencialidad, impulsada por el pensamiento de Ilich y enmarcada en las teorías del decrecimiento, convive en el Ágape insípido con una vertiente de la idea de convivialidad. No necesariamente con su aspecto hedonista, relacionable con el hartazgo del exceso de alimentos, sino con su capacidad para reunir y conformar una red de alianzas que revierta en el bienestar y ayuda mutua de un colectivo. Alude, en este sentido, tanto al origen etimológico de la palabra ágape -en referencia a la comida fraternal que une lazos entre los primeros cristianos- como al “convite” compartido por un grupo de personas que dialogan pacíficamente. No cabe duda de que esta pregunta por las futuras maneras de convivencia entre humanos (y no-humanos) es el hilo conductor de muchos de los encuentros artísticos actuales. El lema de la última Bienal de Venecia ha sido “How will we live together?”, así como, actualmente, desde la fachada del Beaubourg unas enormes letras de neón nos interpelan: “Qu’y a-t-il entre nous ?” (Tim Etchells, 2021).
Un enfoque sistémico de la convivialidad también ha sido abordado desde la propuesta de una Estética Ecológica (Perullo, 2022), entendida como un sentir/pensar integral, una práctica perceptiva consciente y atenta con el fluir del mundo que requiere de participación e implicación. La estética ecológica, al estar inmersa e implicada en el ambiente que describe, es siempre una co-acción. “Il mondo è ciò che accade, cioè ciò che avviene in quanto lo co-abitiamo, essendone immersi e, al contempo, contribuendo incessantemente alla sua continua realizzazione”. En este sentido, observar y observarnos no se conciben como actos separados, sino entrelazados, al igual que el interior y el exterior. Conocer corresponde a un continuo oscilar, un movimiento que se genera con la relación, en el respirar con el mundo (Perullo, 2022).
Palabra y temporalidad en contextos de comunidad
El gran referente para la estética gustatoria en nuestro país, Antoni Miralda, se lamentaba en su participación en la Bienal de Sao Paulo de 2006 de que: “Lo que no hay es una mesa inmensa en la que sentarnos todos a conversar, y es una pena…” (El Cultural, 2006). El lema del certamen era, precisamente, “Cómo vivir juntos” y a pesar de perseguir una definición ética de la convivencia, no ofrecía mecanismos para su producción. La mesa, pues, para Miralda significa un lugar de encuentro para el intercambio y la relación a través de la palabra, del lenguaje, de la lengua que habla y que degusta alimentos, ideas y emociones. Conversar es un intercambio dialógico fluido, amable, con tintes amigables, de disfrute de la palabra, de estatus democrático de las ideas de los participantes, de argumentaciones que no son relaciones de poder sino de actitudes constructivas y de escucha. A través de la performatividad de la palabra se va construyendo pensamiento y tejiendo vínculos sociales… alrededor de la mesa y de los alimentos.
En el Àgape insípido se contiene el uso de la palabra durante el proceso de degustación, y se reserva el intercambio dialógico para la última parte del proceso. Durante el banquete, la mesa y los alimentos actúan como catalizadores de la comunicación del grupo de comensales. La suma de sensaciones de extrañeza producidas por la imprevisibilidad de lo catado va tejiendo una relación de grupo sin palabras, por el sólo hecho de compartir la comida, los sabores, los sonidos, la incertidumbre. La función simbólica de reunión, generada por la distribución de los cuerpos alrededor de la mesa, no necesita en este caso de la palabra para generar una conversación. La hospitalidad implícita en los alimentos dispuestos sobre la mesa invita a la creación de un “nosotros” entre comensales de distintas procedencias, una comunidad. En un sentido similar a la aceptación del extranjero en la Grecia arcaica, que debía hacerse a través de compartir la comida -sacralizada por la cocción del hogar de la diosa Hestia- en el espacio doméstico de una familia griega (Vernant, 1965).
También la temporalidad del Ágape insípido se expresa desde la contención y el ritmo pausado con el objetivo de ser saboreado consciente y significativamente. En La actualidad de lo bello, Gadamer dice: “La esencia de la experiencia temporal del arte consiste en aprender a demorarse. Esa es quizá la correspondencia a nuestra medida de lo que llamamos eternidad”. El Ágape Insípido nos aleja del tiempo habitual que transcurre como sucesión de momentos evanescentes y nos introduce en un tiempo festivo (sagrado) que reúne intensidad vital y contemplación sin dirigirse a ningún objetivo programado. Un tiempo detenido, que no está dominado por la presión para producir y que propicia la escucha activa, intensificando la receptividad y la pertenencia mutua. Un tiempo para demorarnos en la respiración y experimentación de los sentidos, restituyéndole a la vida una significativa durabilidad.
“Aprender a demorarnos” en comunidad, pues, sería una acción de resistencia a la linealidad sin pausa del tiempo entendido como consumo no creativo.
Referencia